22/11/17

El último campanero artesano

Al principio, Abel Portilla dudó de la propuesta, pero lo que parecían ideas extravagantes de un grupo de Barcelona se fueron volviendo tan evidentes que a Abel, ahora, no le queda más remedio que reconocerlo:

 —Poco a poco me di cuenta de que sabían, que aportaban.

Los visitantes le fueron contado el proyecto que una de las mujeres imaginó: construir un poblado en una finca de doce hectáreas donde los niños crecieran sanos, conectados al profundo sentir, a los objetivos que el progreso ha despreciado. Entre dos cerros, soñó la mujer, instalaría una campana para que su reverberación alcanzara toda la extensión. Portilla la fabricará.

Portilla hace campanas con las manos: de un kilo, de cien, de mil. A los 58 años calcula que habrá hecho más de 4.000, así que tampoco es extraño que esta mañana de octubre una pequeña cuadrilla haya venido con una idea poco convencional. Portilla desdobla una página arrugada y en el papel se despliega un corazón con tres definiciones de lo que somos: «Únicos», «Complementarios» y «Uno».

—¿Y lo que está escrito debajo?

—Yo les decía a ellos que cuanto menos sepan los artesanos, mucho mejor.

Una mujer, entonces, definió lo que él quería decir y ha recogido debajo: «Sabiduría natural».

El pequeño grupo de personas que ha visitado el taller viene de las cumbres sociales catalanas, pero tras educar a una generación en la universidad y en los asideros intelectuales del siglo XX, se dieron cuenta de que aquellas promesas no prometían nada. «Que han aprendido mucho pero no han aprendido nada», resume el campanero.

De su boca sale un castellano cantarín moldeado por el viento sur que sopla a menudo en Cantabria y crispa las ramas, las aguas y los nervios: cualquiera diría que nació en Pedreña, al otro lado de la bahía de Santander, tierra de mariscadoras, golfistas y ganado, porque ese tono es más propio de las montañas que del mar. Entre ambas —la costa y el interior— también ha estado por la mañana junto a los clientes: en Vierna, donde tiene una casa museo construida en el siglo XVI.

Una mujer del grupo le dijo, durante la visita, que aquel era un lugar con energía especial. Él comenzó a desperezar los seis sentidos y la imagen de la propuesta estrambótica se resquebrajó un poco más porque allí mismo, siglos atrás, había un hospital de peregrinos del camino de Santiago. 

Todo esto es lo que le ha pasado a Portilla esta mañana de octubre con viento de nordeste.

—Pero esta historia igual no viene a cuento, ¿no?

       
 Vídeo: Marcos Bardón


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