18/8/17

Guatemala, la penúltima frontera

Es fácil. Cruzar ilegalmente la frontera que separa Guatemala de México es muy fácil: basta con pagar tres dólares y subirse en una balsa para llegar a la otra orilla del río Suchiate. Es un trayecto de apenas 100 metros, envuelto en el bullicio de comerciantes de contrabando —“¡esto es para alimentar a nuestra familias!”, grita uno, enfadado—, cambistas y predicadores.

Foto: Gerson Cifuentes
Cerca de allí, sobre un pasadizo alargado, está la aduana oficial de Tecún Umán, desde la que se contempla el movimiento comercial de un río marrón y perezoso. Pero en los últimos tiempos un nuevo fenómeno ha crecido en la frontera: el tránsito de miles de centroamericanos rumbo a Estados Unidos.

“El problema no es cruzar la frontera, sino atravesar México”, aclara el misionero escalabriniano Ademar Barilli, director de la Casa del Migrante de Tecún Umán. Allí es donde los migrantes en tránsito comen, y descansan antes de seguir su camino. Ayer llegó una treintena, pero a media mañana apenas quedan cuatro o cinco. “Ya se han ido”, resuelve Barilli. El año pasado desfilaron por aquí 6.000 personas.

Dima Yuman —camisa a cuadros, gorra de béisbol, dientes de oro— lo hará en dos días. “Por el amor a mi hija y a la familia; la aventura es llevar fe en el nombre de Dios”, explica este guatemalteco mientras desgrana una planta de chile. Yuman, que fue deportado de vuelta a su país en el año 2014 tras 30 años viviendo en Tulsa en el Estado de Oklahoma, quiere regresar a EE UU. Ya lo intentó en 2016, más de 30 años después de conseguirlo. “En aquel tiempo era más fácil”, admite. El año pasado, en cambio, tardó cinco días en llegar a la frontera. "Pero regresé porque no quise arriesgarme a pasar".

Como Yuman, cerca de 400.000 personas atraviesan cada año el límite entre Guatemala y México, la última barrera oficial antes de toparse con la frontera estadounidense. Violencia, abusos, secuestros y extorsiones acompañan el viaje en territorio mexicano rumbo al norte. 

— Y con esos riesgos, ¿no les sugieren que desistan?

—Nunca—, responde Barilli—. Les damos información, pero es su decisión. Muchos están amenazados por la violencia, no podemos decirles que regresen a esos países de los que huyen.

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