5/7/17

Thoreau, el vecino ilustre de Concord

“En altura, estaba en el promedio; en figura era delgado, con miembros más largos de lo normal, o de los que hacía uso. Su cara, una vez vista, no podía olvidarse”. El poeta Ellery Chaning recordaba así a su amigo Henry David Thoreau de quien también dijo que su “mano apretada presagiaba un propósito”.

Thoreau es uno de los nombres claves de la literatura de Estados Unidos. Nacido en Concord en 1817, una apacible villa a 30 kilómetros de Boston (Massachusetts), no se conformó con teorizar acerca del individuo, sino que prefirió encarnarlo. Su propósito, en todo caso, fue el de ser fiel su naturaleza. Y eso es lo que le hizo aferrarse a sus principios como única brújula. Porque, alejado de las normas sociales, Thoreau hizo de su vida un canto a la sencillez y más en sintonía con las leyes de la naturaleza que de los hombres. 

Este precursor de la desobediencia civil huyó de toda convención y realizó todo tipo de oficios, desde fabricar lápices a maestro de escuela o agrimensor. Pero si sus ideas y ejemplo ha llegado a nuestros días es porque lo plasmó –con su ejemplo y palabras– en un reguero de libros. Walden, o la vida en los bosques es su obra más universal, en la que narra su estancia de dos años a la orilla de la laguna del mismo nombre. 

Thoreau se había graduado en Harvard a los 19 años, una época en la que ya se vislumbraba su rectitud. Si con 17 años le había dicho a un profesor, ante una exigencia académica y a modo de protesta, que no reconocía su autoridad, el joven estudiante acabó su etapa universitaria con una declaración de intenciones en la ceremonia de graduación. Allí pronuncio un discurso en el que afirmó que el espíritu comercial de esos tiempos generaba egoísmo y que solo se debería de trabajar un día a la semana; los seis restantes deberían de convertirse en “el domingo de los afectos y del alma”. 

En una época y un lugar fuertemente atravesados por la filosofía puritana del trabajo y el esfuerzo, las declaraciones del estudiante eran revolucionarias, pero ya apuntaban al corazón de la vida que iba a llevar. Era el año 1836 y aquel espíritu libre iba a recibir un espaldarazo: sacó de la biblioteca el ensayo Nature, que había escrito el año anterior el filósofo Ralph Waldo Emerson. Y, entonces, vio que no estaba solo.

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Sigue en el número de julio de la revista La Aventura de la Historia.



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