El tajo de mar
que separa ambos lugares también es asesino. De un lado salen ávidos de paz, y
se hunden en unas tumbas celestes: las costas de África. Del otro, en un salto
que no haré, la promesa de una vida próspera: las Islas Canarias.
Gambia es uno de
los países de los que más personas salen rumbo a Europa, como si las inundaciones del
río que agrieta el país hacia el este no trajera fertilidad a un pueblo que
vive del turismo y, en gran medida, del cultivo de cacahuetes.
Cees Nooteboom
nunca pensó que visitaría este país, pero no le llegó el salvocunducto que le
iba a permitir adentrarse en el Sáhara y acabó colándose en Gambia de manera
improvista en un vuelo desde las Canarias. Del ligero retrato que hace en una
crónica en su Hotel Nómada, queda ese
aliento ese sofocante y amable de un pueblo aterido por la colonización y una
extraña dictadura. Ahora, con unos que siempre se pierden en razones, me lanzo
al país en busca de unas historias. No será mucho tiempo, porque el balanceo de
fechas tiene los mismos límites que este pequeño país: apenas 350 kilómetros de
largo.
Por aquello de ir
soplando el mismo diente de león he decidido surcar el océano en un mismo rumbo: la
esclavitud. He llamado al proyecto Huellas Negras. Tras el rastro de la esclavitud, (www.huellasnegras.com), un viaje físico e histórico siguiendo
el surco del comercio de esclavos. Gambia es uno de los puntos de partida, de donde
salieron tres millones de personas vendidos como esclavos.
Este proyecto comenzó
en el vientre de la selva de Jamaica, exactamente en la última comunidad libre
formada por esclavos huidos del poder colonial. Y seguirá en las plantaciones de
algodón del sur de Estados Unidos, a donde viajaré en unas semanas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario